Este agosto los ritmos han cambiado para mí. He podido estar en espacios más naturales, lejos de una gran ciudad. Disfrutar de olores, colores, luces y sonidos más acordes con los ritmos corporales. Recuperar un poco las sensaciones ordenadas por el cuerpo, dejando que hable y haciéndole caso. No mucho, unos días no dan para restablecerse en ser humano. Días, semanas, meses y años viviendo al ritmo de la ciudad y de la vida del este siglo nos convierten en autómatas ignorantes de sí mismos. Cuesta tener la conciencia despierta. Como piedras, dirían algunos… Sin embargo, no somos piedras. Las piedras parecen no tener conciencia. Creemos que no tienen alma. Pero simplemente su ritmo es diferente. Algunas veces nos ayudan a tomar conciencia de nosotros. Sólo es necesario saber cómo.